Somos la generación que intentaba
superar una crisis
cuando una pandemia nos pasó por encima.
Un castillo de arena dura poco
a orillas del mar, diréis.
Pero los niños y los ingenuos vivimos
en el presente. Poco pesa la experiencia
en nuestras vidas.
Aunque nunca lo entenderéis.
No tenemos remedio los del sur;
incluso encerrados en nuestras colmenas
de hormigón, salimos a los balcones
a tomar el sol y aplaudir.
Está en nuestros genes de vagos
y juerguistas.
Pero no sufráis hermanos
del norte; no queremos vuestro dinero.
No sería justo.
Si las multinacionales que nos explotan
tributan sus beneficios en vuestros países,
por algo será.
Todos sabemos que el capitalismo se rige
por una rectitud moral intachable;
vosotros sois virtuosos y ahorradores
y nosotros cigarras derrochadoras
(algo hemos aprendido de años de austeridad impuesta).
Aunque esta vez, al menos, no podréis
acusarnos de haber estado de fiesta.
Esta vez hemos sido hormiguitas obedientes. Pagadores cumplidores
con suculentos intereses de propina.
Pero la recta virtud siempre aflora (tampoco
vosotros tenéis remedio):
las plagas siempre castigan con virulencia
a los pecadores.
Sin penitencia no hay redención:
¡¡CORONABONOS NEIN!!
No es
posible cargar con pecado ajeno,
repetís sin descanso.
Europa es sabia y astuta, y el capital
se conserva mejor en el norte;
el calor del sur lo corrompe.
Qué sería de todos si compartieramos
tristezas y alegrías, si estuvieramos
más unidos.
El caos sin duda.
Cuánta sapiencia alberga el norte,
cuánto nos queda por aprender
al sur
en la pospandemia.
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