Introducción: el imperio que ya no cree en sí mismo
Todo imperio en decadencia atraviesa una fase de disonancia narrativa. El poder aún existe, pero ya no se sabe para qué se ejerce. La supremacía militar o económica se conserva durante un tiempo, pero el relato que la justificaba —moral, espiritual, histórico— se desvanece. En ese interregno, el liderazgo ya no construye futuro: se aferra al pasado, alimenta mitos, promueve el espectáculo.En este contexto debe leerse la figura de Donald J. Trump: no como un accidente, sino como el producto sintomático de una sociedad imperial en retroceso. Trump no encarna un nuevo comienzo, sino el ruido de un final. Su liderazgo no proyecta una visión articulada del futuro estadounidense, sino que reacciona —de forma visceral y estética— contra el declive percibido. Y es precisamente esa figura la que encuentra eco en los emperadores tardíos de Roma.
Trump como emperador crepuscular
Los emperadores del Bajo Imperio Romano, desde Cómodo hasta Honorio y más allá, comparten con Trump una serie de rasgos característicos:
• El espectáculo como poder:
En lugar de gobernar desde la razón de Estado o la virtud cívica, muchos emperadores tardíos apostaron por la teatralización del poder. Panem et circenses. Trump, en su papel de comunicador permanente y provocador de masas, reduce la política a una narrativa emocional continua. Como en los anfiteatros romanos, la lógica deja paso a la excitación tribal.
• La personalización del mando:
El Estado romano dejó de ser una estructura colectiva articulada y se convirtió en extensión del capricho del emperador. Trump busca subvertir las instituciones para someterlas a su voluntad, no para transformarlas. Gobernar, en este modelo, no implica servir a la república, sino dominarla.
• El enemigo interno como recurso de legitimación:
Así como Roma decadente empezó a ver más peligros en sus propias provincias que en las fronteras externas, el trumpismo redefine al "otro" como un enemigo interno: inmigrantes, élites urbanas, medios, intelectuales, demócratas. El peligro no está en la competencia global, sino en los propios compatriotas “traidores”.
• El antiintelectualismo y la retórica populista:
Al igual que muchos emperadores tardíos que desconfiaban de los senadores y de las clases instruidas, Trump desprecia la experiencia técnica, la deliberación racional y el conocimiento experto. Se promueve la intuición sobre el análisis, el carisma sobre el criterio.
• El liderazgo autoinmune:
Trump, como algunos césares, representa una figura que se considera superior a las normas que rigen a los demás. La idea de que puede “autoindultarse” o que las instituciones deben adaptarse a su voluntad recuerda a la lógica imperial romana en su fase absolutista.
La estructura del declive: Estados Unidos como Roma tardía
Más allá de Trump, lo preocupante es el marco estructural que lo hizo posible y que lo sigue haciendo viable:
• La fragmentación del cuerpo político:
Como en el imperio romano dividido entre Oriente y Occidente, EE.UU. se muestra hoy como una nación fracturada ideológicamente, territorialmente, incluso epistemológicamente. Las distintas "Américas" ya no comparten una idea común de verdad, ni de nación.
• La pérdida del consenso fundacional:
La Constitución, los checks and balances, la idea de libertad como bien común: todos estos principios parecen desgastados o instrumentalizados. Lo que unía a la sociedad estadounidense se ha convertido en campo de disputa simbólica.
• Desgaste del “poder blando”:
Si el siglo XX fue el siglo en que millones quisieron ser “como América”, el siglo XXI ve a un EE.UU. que ya no resulta aspiracional. Su democracia se percibe como disfuncional, su cultura como agresiva, su moral como incoherente. La hegemonía cultural se desvanece incluso más rápido que la económica.
El relevo del hegemón: China como nuevo imperio racional
En contraposición, China no se presenta como alternativa ética ni moral, sino como alternativa funcional.
Donde EE.UU. exportaba valores, China exporta redes, estructuras, tecnologías, contratos.
El suyo es un poder menos visible, pero más eficaz. Menos mesiánico, más calculado.
Esta transición de hegemonía global no se da por colapso militar ni por invasión, sino por desgaste moral y deslegitimación narrativa.
La historia no es una línea recta, pero los imperios caen cuando pierden su capacidad de significar el mundo.
Conclusión: del imperio al relato post-imperial
Trump representa una fase avanzada del ocaso imperial. Como los emperadores tardíos de Roma, actúa desde la nostalgia, la teatralidad y la desconfianza hacia las élites institucionales.
Pero lo esencial no es él. Lo esencial es la estructura que lo permite y lo reproduce.
Estados Unidos tiene todavía capacidad para reinventarse. Pero para ello debe recuperar una narrativa que no se base en la dominación ni en el pasado idealizado, sino en una nueva promesa de futuro compartido.
Mientras tanto, el mundo observa. Ya no con admiración, sino con distancia. Ya no como discípulos, sino como herederos de otro orden por construir.
Y así, como Roma, el imperio estadounidense puede descubrir que el verdadero fin no llega con una batalla, sino con una pregunta sin respuesta:
¿Qué es Roma cuando nadie quiere ser Roma?
No hay comentarios:
Publicar un comentario